Este verano decidimos hacer un viaje al norte, donde los días son laaaargos y las noches cortas. Es verdad que con un niño tan pequeño esto se nota, en realidad, poco, pero aún así, nuestra estancia de 10 días en Suecia (entre Estocolmo y Höganäs) fue muy alucinante.
Fue un viaje maravilloso de principio a fin. Llegamos a Estocolmo tras un largo trámite de autobuses, avión y taxis que comenzó el viernes 6 a las 7.30 de la mañana cuando salimos en taxi rumbo a la Estación del Norte. A las 8 cogíamos el bus para ir a Girona, donde nos embarcaríamos en un avión (que realmente era peor que el bus) rumbo al aeropuerto de Skavsta en Nyköping, desde donde otro bus (de nuevo mejor que el avión) nos llevaría a la estación central de Estocolmo y de ahí un taxi hasta nuestro destino final en el número 46 de Karlavägen en el centro de la ciudad. Serían entonces las 5 de la tarde. Pero la tarde se prolongó hasta las 10 de la noche, y a las 11 vimos por la ventana los fuegos artificiales que celebraban el final de unos juegos de atletismo que se celebraban en un estadio cercano.
El sábado a las 9.30 teníamos que recoger el carro en Östermalmstorg, a pocas manzanas de la casa, y de ahí salimos por la E4 rumbo al sur, hacia Höganäs, nuestro siguiente destino. 600 kilómetros y 9 horas más tarde, a las 7 de la noche, entrábamos en la preciosa casa de Suzanne, una gran amiga de la abuela Ine, quien nos acogió cariñosamente en su jardín, nos presentó a su familia, a su amiga Beatriz, en fin, nos dejó ver una parte de su tranquila y confortable vida sueca. Para Lucas, además, Suzanne fue la primera en cantar una nana sueca que nos aprendimos, y que cuenta la historia de una mamá troll (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) que amarra las colitas de sus bebés troll y les canta las más hermosas canciones a la hora de dormir. Ahora Lucas se duerme al son de esta linda melodía -la letra todavía no me la he aprendido.
Höganäs fueron días de tranquilidad y ritmo familiar. La primera noche cena en casa y mucho gatear por el jardín persiguiendo una pelota y a Suzanne y a Beatriz. El día siguiente visita a la casa de verano de la mamá de Suzanne que está a punto de cumplir 100 años y quien se ve estupendamente. De ahí salimos para Helsingborg donde tomamos el ferry para pasar a Helsingor (también conocida como Elsinor, para los lectores de Shakespeare, ciudad natal del famosísimo Hamlet cuyo castillo se alza imponente sobre el estrecho). Comimos allí mismo y luego salimos, bordeando la costa, hacia Louisiana, un museo de arte moderno con un jardín impresionante en el que hay esculturas y vistas sobre el mar. Desafortunadamente era un día gris y lluvioso, por lo que tuvimos que imaginar las vistas, pero valió la pena ir por ver el museo, la exposición Warhol After Munch, las fotografías de Sophie Calle, y otras interesantes obras de la colección permanente del museo. Un café mirando una escultura de Calder y luego emprendimos el camino de regreso, mismo ferry, luego a Höganäs, esta vez sin jardín (llovía) pero con escaleras: Lucas aprendió a subir y bajar las escaleras incansablemente.
El lunes Suzanne trabajaba, Beatriz también. Nosotros emprendimos el viaje hacia el este, buscando un bosque encantado llamado Trollskogen (lo que viene a ser "bosque de los trolls") que según nuestras indicaciones estaba cerca de Lund. Pasamos pues la mañana explorando Lund, preciosa ciudad universitaria, con interesante ambiente, una bonita catedral con reloj astronómico (que vimos en todo su esplendor a las 12 del día), luego comimos ahí y nos fuimos a pasear por el bosque de los trolls. Al parecer, a estas criaturas no les gusta mucho se descubiertas y tuvimos que insistir mucho y dar muchas vueltas para finalmente poder dar con el bosque y caminar, y caminar. Valió la pena, es un lugar muy bonito. Lucas fue a hombros de su padre casi todo el tiempo, encantado con los árboles y algunos animales que encontramos: principalmente un perro (de otros paseantes) y luego algunas vacas singulares con grandes cuernos que nos miraban curiosas mientras pasábamos por su poteror, y finalmente los adorados caballos que vimos a lo lejos en unos potreros cuando ya nos acercábamos al lugar donde habíamos dejado el carro. Lucas encontró una deliciosa pieza de caca de caballo que optó por probar (fue más rápido que la mamá y el papá estaba ocupado tomándole fotos), felizmente sin ninguna consecuencia tóxica. Esa noche cenamos en casa de Suzanne, cantamos la canción de mamá troll (Trollmor), y Lucas se durmió en brazos de nuestra feliz anfitriona.
2 comentarios:
ay que bonito! por un momento pensé que ibas a narrar un viaje a Asturias ¡jajajajajajajaaj!
besitos!!!!
Y Lucas ya camina, de verdad? es que parece!!! creo que ya lo comenté, pero no importa, jojojo... También he escuchado la nana de mamá troll y me la imaginé no sin preguntarme cómo se verá...
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